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lunes, 10 de noviembre de 2008

ASÍ SUENA LA MADERA CUANDO EL AGUA SE LEVANTA...

Paseo por las calles de varias ciudades, mi camino me conduce al teatro Romea de Murcia, el Alcalá de Madrid, el teatro Circo de Albacete, al Gran Teatro de Elche de Alicante y a la verja cerrada del teatro Victoria de Hellín. Al entrar, la oscuridad del teatro recoge los ecos de la función anterior, las paredes te recitan los versos de Lope de Vega, te hablan del agua de Lorca; si te sientas en algunas de las butacas rojas tu cuerpo vivirá las emociones que una persona anónima sintió durante la función. El teatro vibra. Nuestro teatro llora amargas lágrimas de derrota, de batalla perdida, de impotencia. Todas las ciudades se distinguen por un gran teatro que les representa, que forma parte de su historia, de la historia de todos sus ciudadanos. Una ciudad sin teatro no es ciudad, que dejen de recordarme el título con el se condecoró Hellín hace más de cien años porque no tenemos símbolo y seña.

Pero que ecos va a tener algunos de los teatros de Hellín, no habeis leido mal, he escrito teatros porque he querido incluir el salón de actos de la casa de la cultura. Allí, su voz sonaría al más total y absoluto abandono, ha cambiado de papel y ahora se dedica hacer las veces de trastero; las grietas y humedades asoman por doquier; los cables obstaculizan la salida y entrada al escenario de los actores y actrices; la ampliación del escenario es una trampa para humanos que lleva al suelo para después ir a la sala de espera de urgencias del hospital, con una pierna o brazo rotos, en el mejor de los casos; al entrar no te llevas las palabras del dramaturgo sino una mancha blanca en tu ropa de la cal de las paredes. Reflejo de lo que se estila últimamente en Hellín. Vamos, lo mas “cool” en teatros, se puede adquirir por catálogo, a un módico precio, accediendo a la página hellin.net.

Las noticias del auditorio se han sucedido una tras otra, tantas veces citado por nuestros político. Una construcción que se ha vendido, como otras tantas cosas en nuestra ciudad, antes de tener nada. Es un poco el cuento de la lechera, o que nos venden la burra antes de comprarla, para hacer más referencia al refranero popular. La esperanza con la que recibí el nombre del concejal de cultura se ha desvanecido, por aquel entonces pensaba que un concejal al cuál consideraba culto y joven cambiaría la situación. Divina ingenuidad.

Y por último la Escuela de Teatro, cuna para algunos de nosotros, convirtió una afición a una forma de ganarnos la vida en un futuro, se cerró en el mes de julio, después de unos años de agonizante muerte. Sufrimos censura para la realización de algunas obras que escogimos para representar y que finalmente no pudimos, impensable en el s.XXI, carencia de medios, ausencia de vestuario, nos usurparon el aula, con todo esto es normal que a veces tuvieras ganar de echar la toalla; pero entonces una fuerza interior te impulsa a seguir adelante, la afición es más poderosa, la fuerza de un grupo mueve montañas, separa las aguas. Es la misma fuerza que hoy me impulsa a escribir y denunciar lo que todos vemos y nadie, no sé porque, grita.


¿A qué suena la madera cuando el agua se levanta? La madera grita olas de indignación, empieza a revelarse. El preciado líquido se ha embrutecido, sin teatro sin cultura su estallido está latente, a punto de explosionar de un momento a otro. Ya se escuchan en los alrededores tambores de guerra. Pum, pum, pum, pum.

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