La fragilidad y temporalidad de nuestros actos se contrapone a la fuerza y lo atemporal de nuestras palabras. Por eso en ocasiones se vuelven contra nosotros devolviéndonos la fuerza con la que fueron dichas.
Si el 27 de marzo manifiesto que el teatro huele a despacho, a comercio y a dinero, realizo un espectáculo en contra de la manipulación y el negocio del arte, ahora pasado a penas dos meses digo que no expreso ese arte por menos de 600 euros, porqué sí porque yo lo valgo, porque en realidad no me distingo mucho de aquellos a los que ataqué. Porque en realidad yo soy la primera en manchar la palabra arte y en manipularla a mi antojo; y apesto pero me disfrazó y me cambio para que no noten mi olor.
Esto no es un negocio, no se creó para ello, tampoco abogo por un déficit de las cuentas personales de cada uno y una, pero los jóvenes, para recordar, son las personas que luego irán a contemplar vuestras obras. Hágamos de la cultura un acceso no una trampa.
Me repugna, estoy indignada y pienso que es el momento propicio para replantearse la lucha.
Decidir en que lugar nos situámos: en el bando de los negociantes o en el de la creatividad.
No valen las medias tintas.
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